El Zancudo. Huir hacia adelante

2014
El Zancudo. Huir hacia adelante
     

Estos días han sido pródigos en hipótesis, suposiciones, interpretaciones, intentos de explicar por qué el ejercicio de gobierno en Sonora corre como caballo desbocado rumbo al desfiladero y a cada llamado, advertencia, orden o sugerencia que se le hagan para modificar la ruta y calmar el ímpetu, claven con mayor fiereza las espuelas en los ijares de la bestia.

 

Atribuir esas actitudes a un sectarismo fundamentalista del tipo davidiano, en el que un grupo de apocalípticos seguidores están dispuestos a morir, ya luchando, ya inmolándose por su líder, se aproxima a la definición del actual grupo gobernante, aunque no lo explica por completo.

 

Suponer, como lo hace el dirigente estatal del Partido del Trabajo, Jaime Moreno Berry, que el gobernador padece una enfermedad terminal y por ello no le importa lo que pueda suceder en el futuro, aparece aún más descabellado.

 

Apelar a la ignorancia, la ineptitud y la irracionalidad, combinado todo esto con una profunda vocación por el hurto y el pillaje, podría explicar una parte del problema, pero no todo.

 

La suma de atracos e ilegalidades en que ha incurrido la actual administración integran un largo listado que en otras ocasiones y en diversos espacios han sido documentados abundantemente. En casi todos los ámbitos de la vida social, política, cultural, económica del estado, el agandalle ha sido el distintivo y cada año se superan a sí mismos.

 

A las críticas se responde con amenazas, hostigamiento, persecución, grupos de choque, coacción y chantaje, utilizando para ello todo el aparato de estado y desde luego los recursos públicos.

 

El pasar por encima de la ley, el torcerla a su antojo; el mandar golpear a los ‘Malnacidos’, el encarcelamiento de yaquis; las muertes sospechosas y los actos de intimidación que se realizan desde el gobierno del estado (como el macabro acuchillamiento de lonas con el mensaje “Lo bueno es que ya se van”, no tienen nada qué ver con las expectativas despertadas por los entonces promotores del llamado ‘gobierno de la alternancia’, sino que son precisamente su contraparte. Representan todos aquellos vicios que encarnaba el PRI-Sonora y contra los que votaron los sonorenses.

 

Tratando de encontrar una explicación a esa forma de entender el ejercicio de la política y del gobierno, encontré unos textos ilustrativos, que llaman a pensar en que ese fundamentalismo padrecista no surge de la irracionalidad (al menos no por completo) sino de una especie de filosofía para abordar las problemáticas sociales, políticas y hasta personales, y que se conoce como “huida hacia adelante”.

 

Son un poco largos, pero conviene leerlos con detenimiento, para entender que lo que está ocurriendo en Sonora no es producto de la casualidad o la improvisación, sino de una manera equivocada de entender la política y actuar en consecuencia, lo cual resulta más peligroso que lo primero.

 

I

 

La huida hacia adelante —que suele justificarse luego con complicadas razones que intentan disculpar los comportamientos erróneos— es una grave equivocación, de la que siempre sale perjudicado quien la toma como norma de conducta. Esta fuga hacia adelante deja de lado a la razón, que queda obligada a aparecer sólo al final, como una pobre esclava que es reclamada en última instancia para intentar justificar una elección que comprendemos que fue errónea.

 

El hombre no puede prescindir de la razón. Y si en lugar de darle una misión de alumbrar la verdad y el bien, la convierte en una simple justificadora de conductas, cuya máxima norma suele ser «está bien porque lo he hecho yo (y todo lo que yo hago, para mí está bien)», entonces se produce una perversión del uso de la razón, y la que debía ser antorcha de la verdad, pasa a ser una simple venda que tapa las heridas de una conducta irreflexiva.

 

II

 

Frente a los problemas la actitud de la persona humana se comporta de tres maneras distintas:

1. Aquella en que el hombre se retrae frente al problema y se retira sin afrontarlo, huye.

2. La más consecuente, cuando la persona objetiva el problema, lo asume, lo analiza le busca solución. Se enfrenta y vence.

3. Quien ante la dificultad, lo que hace es ignorarla, con arte la rodea y sigue su camino, pero siempre con el problema a su espalda. Esa es la actitud de quien huye hacia adelante.

Entre los problemas que afronta la humanidad los hay de dos naturalezas: problemas materiales y problemas sociales. Para los primeros el recurso es la ciencia y la técnica aplicadas con el saber y el trabajo. Los problemas sociales, sin embargo, presentan un cariz muy distinto. En la medida que los actos sociales son consecuencia de la concurrencia de variados individuos, su problemática no puede ser tratada sino por el análisis conjunto de las motivaciones que reflejan las actitudes en conflicto.

 

Todo acto humano libre corresponde a unos estímulos, a un por qué, a un para qué. En principio, la voluntariedad de ese acto estaría orientada a producir o conseguir un bien. El problema se produce cuando el bien buscado entra en conflicto de intereses con los bienes apetecidos igualmente en los actos ajenos.

 

Ante los problemas sociales de esta naturaleza, una de las actitudes posible es la de no asumir la existencia del conflicto de intereses, pasar por encima, dejando latente el problema como si el mismo careciera de entidad.

 

Cuando así se actúa, sea a nivel familiar, laboral, político, comunitario, etc. la mayor parte de las veces el problema, falto de atención, no sólo no desaparece sino que se desarrolla, llegando a la larga a poder convertirse en una intrincada oposición de planteamientos cada vez más difícil de abordar.

 

Las dos principales causas que generan las controversias humanas a nivel de grupo son: la falta de cultura social y la injusticia. Ambas responden a la marginación de un mismo denominador: el bien común.

 

Pasar por encima de los problemas sociales sin invertir en la promoción de la cultura social, en la conciencia de la necesidad de relativizar los derechos sobre los bienes en función de que se forma parte de una colectividad, se convierte en una temeridad para quienes ejercen cualquier tipo de autoridad.

 

Soslayar las exigencias de la justicia social en las determinaciones de quienes ejercen el poder no supone más que intentar ignorar una problemática cuya propia dinámica interna casi siempre termina por engendrar una espiral de violencia.

 

Cuando el hombre no vence los problemas que se le enfrentan, los problemas le acaban venciendo a él. Cuando la sociedad no asume y racionaliza sus propias contradicciones, éstas terminan por sangrarla. Al huir hacia delante, se sigue, pero huyendo.

 

 

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