Fue ese Estado que no protegió a la vaquita, que no ofrece alternativas productivas a los pescadores, que no vigila los mares y costas, que no detiene a los ilegales, que no revisó los permisos y embarcaciones en el agua, que no cuida sus fronteras, y que no aplica la ley porque es más complicado y prefiere voltear para el otro lado.

2017
¿Quién mató a la vaquita marina?
     

La historia contemporánea del Alto Golfo de California se asemeja un poco al mito del Eterno Retorno de Nietzche. Cada cierto número de años se aproxima una “nueva” crisis ambiental que pone de cabeza a todos y así como llega se va; la tormenta pasa y toda la crisis poco a poco se va olvidando. Quizá por eso no se soluciona del todo esta crisis periódica; quizá por eso se siguen usando las mismas medidas, las mismas herramientas, y solo parece que estamos como dando vueltas en círculos.

Sin embargo, es muy factible que ahora sí se nos vaya para siempre lavaquita. No lo sé, me gusta pensar que los números de los científicos y expertos están equivocados; que sus métodos no son certeros y que solo estamos pasando por una crisis temporal (motivada por factores externos) que pronto encontrará su salida natural y todo volverá a la normalidad. Pero yo no sé si eso sea verdad.

Según el multicitado Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita (CIRVA) quedan alrededor de 30 vaquitas marinas nadando en las turbias aguas del Alto Mar de Cortés; treinta solitarias y atemorizadas marsopas, asediadas –día y noche– por un ejército de cazadores de totoabas, por miles de personas hambrientas, por comerciantes chinos sin escrúpulos, por cientos de funcionarios corruptos, por aduanas sumamente porosas, por millones de glotones sin conciencia. Maldito el día en que ese pez milenario encontró un mercado millonario del otro lado del mundo, todo porque un misterioso poder curativo habita en sus vísceras, una suerte de fuente de la eterna juventud yace en su vejiga natatoria. Pobre pequeño pez.


La vaquita, la totoaba, y las comunidades pesqueras del Alto Golfo –incluido el pueblo Cucapá– viven una suerte de relación simbiótica compleja que no ha encontrado una solución armónica con su entorno. Ya son más de 30 años de intentos, de prueba y error, de prohibiciones, vedas, reservas de la biósfera, restricciones de artes de pesca, creación de polígonos exclusivos, regulación sobre regulación, norma que se suma a la norma que se suma a la norma, y aún así la vaquita agoniza mientras los funcionarios tapan el sol con un dedo y los pescadores ven al mar con desesperanza.

Hoy, la única medida que queda –debido a la presión internacional– es prohibir toda la pesca legal de la región y posiblemente los pescadores podrán esperar una compensación económica por ello; sin embargo, la otra, la furtiva, la que no cumple las normas, la que está ahí a la luz de todos y que nadie quiere reconocer, esa sigue (y seguirá). Así, se continúa saqueando a los mares, devorando especies en peligro, arrasando con la economía de comunidades y familias, devastando los recursos naturales del país, sin que haya medidas efectivas para terminar con el más grande problema de los mares en México. Esta práctica ilegal vive hoy bajo el amparo de las autoridades, en franca complicidad con algunas de ellas, sin que cuenten con un plan para atacar este tema de gran preocupación.


Entonces, ¿quién mató a la vaquita? Creo que de una u otra forma todos tenemos un poco la culpa, pero las instituciones del Estado cargan una responsabilidad mayor. Fue ese Estado que no encontró soluciones, que no se coordinó eficientemente, que no protegió a la vaquita, que no ofrece alternativas productivas a los pescadores, que no vigila los mares y costas, que no detiene a los ilegales, que no revisó los permisos y embarcaciones en el agua, que no cuida sus fronteras, que no aplica la ley porque es más complicado y prefiere voltear para el otro lado… esa es la cadena de valor de la ignominia.

Me parece que un Estado débil sin capacidad de operación, sin posibilidad real de coordinación, con 30 años de políticas de conservación fallidas, sin una visión integral de los problemas, sin convocar a comunidades y organizaciones para ayudarlos en la búsqueda de soluciones, sin poder ejercer el Estado de Derecho, lo único que nos deja es ser testigos privilegiados de la desaparición de esta especie endémica del Golfo de California.

Hoy, las opciones para rescatar a la vaquita son tan absurdas como traer un grupo de delfines entrenados para encontrarlas y traerlas a salvo a un corralito marino y resguardarlas del peligro (no es broma). A eso hemos llegado.

En fin, ojalá que la vaquita no muera en vano; ojalá que la actual crisis detone comunidades más fuertes y más comprometidas con su entorno, a unas autoridades menos apáticas y más comprometidas con su función de gobernar, con un poco más de orden y ganas de aplicar la ley. Nos urge mayor inspección y vigilancia en las costas y mares del país. En el Alto Golfo, como en el resto del mar mexicano, nadie vigila y nadie castiga y eso solo nos lleva a la anarquía y aniquilación de las especies. Es hora de actuar. Hacen falta líderes con visión de largo plazo y ganas de hacer bien las cosas. Dejar de fingir debe ser el primer paso.

Si esta crisis no se aprovecha para reformular las políticas ambientales y pesqueras del país, entonces, la vaquita se habrá sacrificado en vano, y lo único que seguirán son otras decenas de especies más a punto de sufrir el mismo destino. En fin, yo no sé nada, no soy experto en el tema, yo solo sé que mis hijos no conocerán a la vaquita y quién sabe a cuántas especies más…


@realRodaxiando